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   Planisferio ediciones, en connivencia con Pirate Books y Verlag AG Zürich organizaron el lanzamiento simultáneo de mi segunda novela en veinticinco países de la Comunidad Europea, América Latina y el Mar Caspio. Había elegido un título sólido, apto para un libro de autoayuda o un suplemento dominical: Mujer plena. Debo confesar que me fue sugerido por el departamento de márketing editorial; mi propuesta –Amanecer de los sentidos- fue relegada al rango de subtítulo. Uno debe aceptar ser suplente cuando trabaja en equipo.
   Viajé con Crystal a Guadalajara, allí me esperaba una parafernalia de periodistas y comunicadores sociales dispuestos a comentar mi bodrio con un afán digno de mejor causa. Aparecí en televisión y en la Feria del Libro; luego participé en una mesa redonda de escritores donde se debatía el advenimiento de la Tercera Mujer. Cometí una gaffe cuando me tocó hablar, volqué el agua y afirmé seriamente que “Isadora Duncan trabajaba en Telefunken”. Salvo eso, todo bien. Con la máquina publicitaria detrás, ningún escritor necesita profundidad para alcanzar la fama: la máquina lo lleva solo. Conviene callar a los adversarios, eso sí.
   Los sofistas griegos se ejercitaron en la guerra de palabras, hoy día se libra una guerra de silencios. Todo consiste en quitar el apoyo publicitario al escritor indeseable, y hundirlo en el silencio. ¡No darle la palabra! Esa oportuna acción lo elimina de la contienda, y queda en pie el rival, aunque sea menos apto. No importa lo que diga. Importa, sí, que sólo su voz se escuche, y la de quienes piensan igual. Es un coro homogéneo, mil ovejas balando en el mismo tono ¡tapando el aullido del lobo!...
   Como dije, mi balido en la Feria desentonó un poco, pero era un balido al fin y al cabo, y como tal fue aceptado por los cerebros temerosos, guardianes del nuevo orden. Fuimos invitados a un cóctel, me emborraché, pero Crystal me retiró antes de proferir ninguna inconveniencia. Forniqué con furor en la cama king-size del Hilton para sentir mi éxito y volví a Buenos Aires en estado de completo embrutecimiento. ¡Aquí me esperaban más entrevistas!
   Pospuse algunas –no todas, mi agente literario me vigilaba- y me encerré en casa, de mal humor. Empezaron a aparecer las críticas a mi nuevo libro...
   “Qué pena, Pena de amores”. Así titulaba el Q magazine su reseña. El texto era cruel:
   “Demasiado pronto se durmió en los laureles Adrian Clarence. Esperábamos al menos uno o dos novelas de jerarquía antes del ocaso, pero este escritor optó por la jubilación anticipada”.
   Meretriz era apenas más benévolo:
   “Clarence tiene en claro su respeto por la libertad femenina. La trama de su nueva novela ejemplifica en forma adecuada la relación de pareja posmoderna. Pero su llama de inspiración se apaga...”
   Esto es lo que ganaste chupando medias a público y editores, pensé. Ahora te desprecian... seguí leyendo, ya amargado, más reseñas. La revista literaria El Malhablado pegaba donde más me dolía:
   “Unos mail inspirados, que más parecen poemas, es todo cuanto legó Adrian Clarence a la literatura. Su nueva novela, Mujer plena, es sólo prosa light, vale decir, lectura para el olvido.”
   El comentario llevaba un título expresivo: “Sin calorías”.
   Tiré los periódicos al suelo, los pisé, hice todo cuanto hace un escritor vilipendiado por sus colegas. La rabia mayor era contra mí mismo, por haberme dejado comprar y desechar, por no haber cuidado mi inspiración, mi pureza literaria. En el fondo, merecía ese desdén, más doloroso aún por provenir de escritores inferiores a mí mismo.
   Crystal apareció enfundada en un vestido negro muy ajustado; en su pecho lucía una media luna con Astarté, diseñada por ella misma.
-¿Me queda bien?
-Fabuloso... qué ¿tenemos algo para la noche?
-La cena anual de Planisferio ediciones. ¿O ya te olvidaste?
-Uh... ni idea.
-La vamos a pasar bomba. Viene todo el jet set literario.
   Giró ante el espejo apreciando sus curvas y salió conforme hacia el vestidor. Ella sí disfrutaba el éxito. Yo había trabajado a desgano, arruinado mi estilo, sólo para hacerla feliz.

   El salón del Hyatt estaba colmado. Chávez vino a nuestro encuentro y se deshizo en halagos con Crystal. De hecho, se la llevó del brazo, dejándome solo. Miré a mi alrededor. Por allá, Marcelo Otero, el autor de ensayos históricos revisionistas. Por acá, Luis Fadul, periodista, quien amasa dinero escribiendo sobre personajes famosos. Preferí acercarme a Otero.
-Leí su Alarma de malón en la frontera sur.
-¿Le gustó?
-Seguro. Yo tengo una foto de Alsina enmarcada en mi dormitorio.
-Esa zanja en medio del desierto para contener a los indios fue una idea ridícula...
-Es que Alsina era Ministro de Defensa, no de Ataque. Un tipo verdaderamente prolijo.
-Su idea era entorpecer la huida del malón con el ganado robado. Pero no funcionó. ¿Sabe cómo pasaban el obstáculo? Los indios arreaban las vacas robadas hasta la zanja. Las primeras vacas caían, y las demás les pasaban por encima. Muy fácil.
   Karla Fonk, la sexóloga, se nos unió con un daikiri en la mano.
-El indio es un arquetipo erótico. Deberías investigar cómo se ratoneaban las criollas con la fantasía del rapto...
-Es imposible averiguar eso. No hay documentos.
-Yo leí por ahí que se movían a las cautivas aprovechando el vaivén del caballo...
-¿En serio?
-...y alcanzaban el clímax lanzándolo al galope.
-¡Guau!
   Un mozo trajo canapés, otro tragos largos. Comenzaba a sentirme a gusto.
-Hubiera querido conocer personalmente al cacique Calfucurá: ése era un macho de verdad.
-Para mí, Adolfo Alsina es más interesante. Él no quería matar a sus enemigos, pero tampoco era pacifista. Le gustaba la guerra, como a un chico fingir batallas con sus soldados de juguete. Con su zanja defensiva, sus evoluciones de caballería cautelosas, tentaba al riesgo manteniendo en equilibrio inestable la frontera.
-Era un ineficiente. Después de él, Roca acabó con los indios en una sola campaña.
-Alsina quería prolongar el juego... como los niños hacen castillos de arena y se sientan detrás a esperar las olas.
-En eso tiene razón. Los malones venían en oleadas...
-Y Alsina aguantaba detrás de la zanja, disfrutando su seguridad.
   En eso llegó a saludarme Josefa de Jesús Leiva, acompañada por Doris Missing, presidenta de la Asociación Feminista Argentina. Yo había sido el primer varón en recibir una distinción de la AFeA, por mi “visión pionera de la Tercera Mujer”. Ahora me saludó con una sonrisa condescendiente, cuyo significado era algo así como: “sigues siendo uno de los nuestros, pero estás en segunda fila”. Saludé a otra gente, y la sonrisita condescendiente se repitió. Mis acciones iban en baja, como suele decirse, y pronto estaría out. Quizá volvería a tener problemas para encontrar editor...
   Busqué a Crystal, y la encontré rodeada por tres tiburones a punto de echarle el diente. Me acerqué a ella y la tomé del brazo perentoriamente, llevándomela aparte.
-¿Qué te pasa?
-Nos vamos.
-Si esto recién empieza...
-No me interesa conocer la continuación.
-A mí, sí.
   Sus ojos brillaban, sus labios brillaban, la luna en su pecho brillaba: quería seguir ahí, ser admirada por todos. Hubiese sido cruel privarla de su triunfo.
-Vos quedate, yo me voy a casa.
-Como quieras.
   Busqué mi abrigo en el guardarropas, y salí a la noche. Caminé bajo los árboles con una sensación de libertad perdida tiempo atrás. No volvería a escribir una novela contraria a mi gusto, decidí. Ya tenía suficiente dinero. Si Crystal quería lucirse, la llevaría a bailar tango.
   Tomé un taxi a casa y me acosté. Le había dejado el BMW a ella, para obligarla a volver sola. Si mi táctica dio resultado o no, es difícil decirlo: regresó a las seis de la mañana.

     Había perdido el rumbo. No quería escribir novelas light, y mis policiales no encontraban editor. Mi pareja estaba en crisis. Los chicos me ignoraban, entusiasmados con sus actividades deportivas –hipismo, snowboard- y sus nuevos compañeros de colegio. De vez en cuando asistía a alguna mesa redonda, por puro compromiso. En general, me mantenía lacónico, dejando hablar a los demás. Tamborileaba los dedos sobre la mesa, esperando el final.
    Las ventas de Pena de amores se mantenían, Mujer plena iba en picada. De todos modos, había suficiente pasta para darse la high life. Pero Chávez me apuraba para sacar algo nuevo.... los ingresos podían triplicarse si yo no fuese tan remolón. La expresión reincidía cada vez más a menudo en sus labios; por mi parte, contestaba a sus requerimientos con evasivas bien estudiadas.
-Estoy investigando la fantasía erótica de la mujer criolla respecto del indio.
-¿Y?
-Hay pocos documentos. Necesito tiempo.
-No escribís nada hace seis meses. Vas a desaparecer de cartel.
-Así es la vida...
-Tenés que repetir la fórmula del éxito: una novela epistolar. Lo tuyo son los mail, todo el mundo lo dice.
-Sí, ya sé...
-Concentrate. Nada de recreaciones históricas ni romances en spa.
   Chávez empezaba a adquirir los modos de una esposa mandona. Decidí ponerlo en su lugar.
-Yo sé lo que hago. Dejame de joder.

   Cierta noche, me encontraba solo en casa. Crystal había salido nosedónde, los chicos estaban repartidos en diversos pijama party, del camisón al baby doll, según la edad... La pantalla del ordenador titilaba, invitándome a prenderlo. Abrí MSN y apareció mi informe de correo: 0 mensajes nuevos en su bandeja de entrada. Qué aburrido, pensé, y tecleé el nombre de la cuenta olvidada desde hacía un año: <danton@hotmail.com>. Aquí sí había actividad, y no eran todos mensajes publicitarios. ¿Danton había resucitado? Emocionado, abrí el primer mensaje de un tal “leonardof6”:

  Suba la dosis de Lexotanil inyectable a 50mg. Iré a visitarlo el viernes, si mi consulta lo permite.
 
   Respondía a un mail depresivo de Danton:

   Hoy me dejaron salir al parque diez minutos. Frente a mí, unos mogólicos reunidos en círculo palmoteaban sin ritmo, dirigidos por una monja. Volví a mi celda tan triste que pensé en suicidarme. Después me repuse, cuando llegó la hora de biblioteca. Desde aquí le escribo, éste es mi único momento normal del día, cuando puedo asomarme al mundo a través de la red. Por suerte no tengo un revólver a mano...

  Quedé perplejo: ¡Danton escribía desde un psiquiátrico! Yo no había notado en él indicios de anormalidad, fuera de sus teorías extremas sobre la mala suerte. Pero cualquier persona supersticiosa podía abrigar tales ideas, eso no lo convertía en loco. ¿Cómo había ido a parar ahí? Pulsé sobre el mensaje siguiente de “leonardof6”:

Sus alucinaciones han remitido, vamos por buen camino. Siga con el Lexotanil, y agregue media pastilla de Valium por la mañana. El viernes nos vemos.

   Danton había escrito:

Hoy miré la colcha durante media hora, y la cara no apareció. Después dormí toda la mañana.

   No había más mail, sólo publicidad. Quedé ensimismado mientras se apagaba la pantalla, preguntándome en cuál psiquiátrico estaría Danton. Oí la puerta abrirse y apareció Crystal:
-¿Alguna novedad?
-Revivió Danton. Está en un loquero.
-¿De verdad?
-Ahá.
-¿Escribió algún mensaje de amor?
-No.
-Y bueno... con suerte se enamora de alguna enfermera.
-Por ahora sólo habla de estados depresivos y remedios. Tal vez me sirva para escribir una novela médica, a lo Robin Cook.
-No le pierdas pisada, es nuestra mina de oro.
-Yo prefiero otra mina...
-¿Ah sí? ¿Cuál?
-Una que anda por acá...
-¿Ya no te gustan las colombianas?
-Nunca me gustaron.
-Hasta el acento perdiste...
-El acento es lo de menos. Yo perdí la cabeza...
   La atraje violentamente hacia mí, sin hallar resistencia: de pronto, todo volvía a funcionar. 





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