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Hacía frío esa
tarde, las primeras gotas de llovizna me empujaron adentro de un cyber
enfundado en mi campera Norwegian. Ya que no podía esquiar en Bariloche, al
menos hacía facha con ella por el barrio. Me destinaron la computadora 11. Pedí
un café con canela y lo llevé a mi asiento, era de esos cyber donde da gusto
estar, especialmente un domingo lluvioso como ése. Moví el mouse y se aclaró la
pantalla: alguien había dejado el correo sin cerrar. Yo estaba con el ánimo
fresco ese día, sentí el impulso de fisgonear un poco antes de ver mis propios
mensajes. <danton @hotmail.com>, tal el nombre de la cuenta a la cual me
había involuntariamente asomado. Podía referirse al héroe de la revolución
francesa, o bien ser la abreviatura de dos nombres, la “d” inicial del primero,
y “anton” por Antonio el segundo: en ambos casos se pronunciaba igual, con la
última sílaba acentuada y sin tilde al escribirlo.
Tenía cinco mensajes
en la bandeja de entrada, cuatro enviados por una misma mujer, <paola66
@yahoo.es>, y uno de un tal <jqueder @comvence.py>. Consciente de
estar cometiendo una infracción, abrí el primer mensaje de Paola al desconocido
“Danton”:
Mi amor. Sé que te dejé esperando bajo la lluvia el otro día, jodete por
enamorarte de mí. Te lo había advertido, yo soy mucho para vos, y tenías que
haberte retirado del juego. Pero insististe tanto, querido, que despertaste mis
instintos crueles. Que te sirva de lección, y si no aprendés, allá vos.
El mensaje era
respuesta a otro de Danton, titulado bella:
Tu caminar es como el balanceo de un
junco que mantiene encantada mi alma.
El contraste entre
ambos mensajes me dejó azorado: ¿cómo podía Paola dar una respuesta tan cruda
al refinado poema de Danton? Picado por la curiosidad, abrí el mensaje
siguiente de Paola, o mejor dicho, su
respuesta a un nuevo mail de Danton:
Querido, tal parece que te gusta el
látigo. Hoy mientras tomaba un baño de espuma sentí que sonaba el celular.
Sabía que eras vos, porque me lo marcaba el visor, así que en vez de contestar,
levanté el pie del agua y froté mi talón con el celular como si fuera una
piedra china, mientras no paraba de sonar. Después me lo pasé suave, muy suavemente
por la pierna hasta llegar a las nalgas... tu insistencia me excita, seguí así,
que no te pienso dar bola.
No parecía la
respuesta adecuada al gentil poema de Danton, intensa:
Tus bucles
derramados en cascadas de fuego incendian mi corazón.
No podía parar de
leer. Sin transición alguna, abrí el siguiente mail de Paola:
No pienso convertirme en mística, así
que ¿para qué te gastás en darme recetas copiadas de libros de autoayuda?
Danton había
cambiado ligeramente de táctica, aunque siempre dentro de su perfil oriental.
Ahora pretendía erigirse en guía espiritual de Paola:
Respira profundo tres veces mirando
al oriente. Te conviertes en Hatha, el aliento del amanecer.
Yo no podía creer
que la gente mantuviese tales diálogos por mail. Pulsé el siguiente mensaje de
Paola:
Hoy
no estoy de humor para seguirte la corriente. Esfumate.
¡Como si alguna vez
hubiese hecho caso al pobre Danton! Es cierto que éste se pasaba de la raya en
su papel de gurú:
Relájate en posición de loto. Siente
subir por tu columna vertebral la energía de Kundalini.
Quedaba un último
mail, éste de otro remitente. ¿Qué es py? Me pregunté. Y luego de pensar un
rato: Paraguay. Lo abrí, por no dejar inconcluso mi escrutinio de lo ajeno.
Saludos che’rá. Decile a tu hermana que se cuide. Un método viejo pero
efectivo consiste en colgar una ristra de ajo junto a la puerta del dormitorio,
y otra al lado de la ventana. No va a tener más visitas indeseables. Un abrazo,
Jorge
Abajo venía el
mensaje de Danton al cual respondía el paraguayo, titulado fantasma:
Cuando nos mudamos a Congreso yo tenía diez años. La casa era vieja,
llena de cucarachas noctámbulas. Dormíamos los tres hermanos en un solo
dormitorio con vista a una cornisa por donde pasaban ratones gigantes. Elena me
contó años después que una noche, cuando estaba por dormirse, vio a una señora
de edad venir hacia su cama. El camisón le arrastraba por el suelo como si
flotara.
Se inclinó sobre la cama e intentó ahorcarla con las manos, pero Elena
dio un grito y la hizo desaparecer. Nunca más la vio, pero una vez, ya casada,
sintió una mano invisible que le agarraba el brazo, y se acordó de la vieja...
Después supimos que antes de ir a vivir nosotros, en esa casa murió una mujer
llamada Francisca Dominelli. Mi hermana debe haber visto al fantasma...
Yo llevaba en el
bolsillo un diskette para bajar artículos de Internet, tras vacilar unos
momentos decidí copiar los mail que había leído.
No sé si les conté, soy escritor –en ese
entonces todavía inédito-, como otros coleccionan mariposas, yo colecciono
frases. Los mail de Danton a Paola tenían estilo, podían servir de modelo a un
epistolario amoroso. Nunca había leído algo tan liviano, intemporal, y al mismo
tiempo persuasivo. Si Paola no fuera tan obcecada, hubiese caído fácilmente en
sus redes. Danton era un cazador de primera, decidí, aunque sin suerte.
Consulté mi mail –nada interesante-, luego las noticias, di un último sorbo al
café y marché a casa. Afuera la llovizna seguía, impalpable.
-¿Cómo va?
-Bien.
-¿Contestó la editorial?
-No.
-Y bueno... era de esperar.
-Jueputas... les mandé mi mejor obra, y ni así quieren
editar.
-La próxima será...
-Ni modo. Ya no tengo más rollo.
-¿O sea?
-Que no escribo más, pues.
-No te creo...
-Creéme.
-Deberás buscar algún trabajo.
-¿De pronto barrendero?
-Y puede ser. Pagan bien, según dicen.
-Es un trabajo bien berraco.
-Dejate de hacer el colombiano.
-Y qué... allá al menos me pagaban por estudiar literatura.
-Andate de nuevo.
-Ni modo, es una berraquera.
-No sigas hablando así o te echo de casa.
-¿Me toca irme ahoritica?
-Sí, eso mismo.
-Tan tenaz...
-Pero antes te voy a dar un plato de fideos, así no morís de
hambre.
-Chévere.
-Sos insoportable.
-Qué pena con usted.
-¿Allá le dicen usted a la esposa?
-Claro... estos fideos están bacanos.
-Mirá... yo no quiero ser dramática, pero estamos cada vez
más apretados. La literatura ya viste que no va a andar. Es hora de buscar un
empleo en serio...
-No me lo recuerdes, lo sé mejor que vos.
-Mañana compro el diario y miramos los clasificados.
-¡Vade retro!
-Lo siento, tenemos muchos gastos. El colegio de los chicos,
la obra social...
No quise oír más. Me
levanté a medio comer y me fui al estudio, a prender la computadora. Era una costumbre
sin sentido, trabajar en escritos que no podía publicar. Entré a word y abrí
mis archivos literarios... Asesinato en el tren bala, 252 páginas,
inédito. Robo hormiga, novela policial sobre un desfalco en la Casa de la Moneda utilizando robots
enanos, 311 páginas, inédito. La vida sexual de Bin Laden, el último y
desesperado intento de publicar, rebotado en Planisferio editores por temor a
ofender a griegos y troyanos, es decir, a musulmanes y americanos... ¡421
páginas!
Estás acabado,
Clarence, me dije. Es mi seudónimo, Adrian Clarence, lo elegí por afición a los
autores policiales anglosajones, Raymond Chandler, Conan Doyle, Dashiell
Hammett... y ahora estaba de moda por las editoriales lo hispanoamericano, con
nombres inocuos y novelas más inocuas aún...
Desanimado, cerré
mis archivos e iba a apagar, cuando recordé el diskette con los mail bajados
del cyber. Lo puse en la diskettera y repasé los mensajes... Danton sintonizaba
perfectamente la onda actual. Ese estilo baboso, pseudoespiritual, a lo Deepak
Chopra, vende millones... yo nunca podría escribir así. Me formé en la literatura policial para
varones, no podía dar un giro de 180º y escribir para mujeres... a menos que...
la idea cruzó mi mente como un relámpago, al tiempo que Gabriel pasaba por ahí.
-A ver Gaby, vení un poco.
Gabriel es mi hijo,
sumamente arisco a sus 16 años. Casi no nos hablamos, pero toda regla tiene su
excepción.
-Qué hubo, Gabriel, qué más.
-Uh, no empecés con los saludos colombianos.
-Tranquilo... quería preguntarte algo. Si uno entra a un
cyber y alguien dejó el correo abierto, ¿hay manera de encontrar su clave?
-No, si no hay instalado un keyloger.
-¿Qué es eso?
-Un programa que copia todo lo que uno tipea en el teclado.
Hay cybers que ya lo tienen instalado sin que uno lo sepa.
-¿En serio? Entonces pueden meterse en tu mail.
-Claro.
-Juepucha... no hay privacidad. Estamos peor que con la Inquisición.
Gabriel guardaba
silencio, según su costumbre. No hay manera de hacerle decir algo superfluo. En
cambio Verónica...
-Y decime ¿vos tenés ese programa?
-Sí, me lo pasó Taky.
-Haceme una copia.
-Te lo doy, directamente.
Gabriel rebuscó
entre sus CDs y me tendió uno que decía “keyloger”, manuscrito con marcador.
-Gracias, pibe.
Gabriel se escurrió
por la tangente antes que lo mandase a estudiar, rumbo a su mundo cibernético.
Sonreí, pensativo: por una vez, el hacker sería yo.
Comencé a frecuentar
el cyber de la calle Rincón con asiduidad. La gente suele adoptar un puesto
como si fuera una mascota, así que me propuse instalar el keyloger en la
máquina 11, confiando en que Danton volvería en algún momento a utilizar la
misma. Creía recordar al tipo: bigote frondoso y una mirada vaga a lo
Velásquez, cruzándose conmigo en la caja aquella primera vez.
Metí el CD en la
lectora, suponiendo que el keyloger se instalaría solo, pero no fue el caso. La
pantalla se puso negra, y una leyenda apareció subrayada.
comando o nombre de archivo incorrecto
Evidentemente me
encontraba fuera de Windows, en el temido espacio exterior del DOS. Maldije mi
impericia informática, no quería tener que arrastrar a Gabriel hasta el cyber
(a esas alturas, mi autoridad paterna era bastante dudosa), de modo que hice un
intento valiente por instalar el programa manualmente. Tecleé Enter, y apareció
la consabida respuesta:
comando o nombre de archivo incorrecto
Tecleé entonces
Escape, y de nuevo lo mismo:
comando o nombre de archivo incorrecto
Pulsé F1, y se
abrieron varias opciones: elegí la indicada por el ordenador, y el cursor quedó
titilando junto al signo c:>. Creí recordar la instrucción adecuada, y
escribí
install.exe
La respuesta no se
hizo esperar:
comando o nombre de archivo incorrecto
Con nerviosismo
creciente, fui ensayando otras variantes:
cd.keyloger
comando o nombre de archivo incorrecto
execute.keyloger
comando o nombre de archivo incorrecto
keyloger.exe
comando o nombre de archivo incorrecto
install.keyloger
comando o nombre de archivo incorrecto
máquina de porquería
comando o nombre de archivo incorrecto
la p. que te parió
comando o nombre de archivo incorrecto
andate al cuerno
comando o nombre de archivo incorrecto
Furioso, pegué un
manotazo al teclado, y hete aquí que la pantalla se puso azul, y un cuadro
apareció con la leyenda:
Instalando keyloger.
Debajo, un gráfico
mostraba un progreso alentador: 23%... 35%... 48%... 77%... 91%... 99%... 100%.
Incrédulo aún, leí el cartel inverosímil:
Keyloger instalado. Pulse finalizar.
Soplé la punta de
mis dedos y me los pasé por el pecho con autocomplacencia. Para ser de una
generación anterior a la era digital, no lo había hecho mal. Salí del programa
y me escabullí del cyber rumbo a casa.
Al tercer día volví a
pedir la misma máquina, y sentí acelerárseme el pulso al ocupar el asiento. Con
dedos temblorosos, busqué el login <danton @hotmail.com> en el programa
que había instalado, y apareció, cómo no, junto con la clave de ocho letras: obsesino.
¡Gaby genio! Exclamé entusiasmado, y algunos me miraron con reprobación. ¿Cómo
osaba interrumpir su chat? Me concentré de nuevo en la pantalla hasta disipar
la atención general, abrí MSN y tecleé el login, luego la clave: el mail de
Danton se abrió como por arte de magia, podía leer todos sus mensajes.
Había uno nuevo de
<pamelasex @skynet.com> que me abstuve de abrir, y cuatro mensajes ya
abiertos, no leídos por mí. Por suerte Danton guardaba después de leerlos
aquellos mensajes que le interesaban, a saber, los de Paola y el paraguayo.
Abrí uno de Paola y
empecé a leer al revés, primero el mensaje de Danton en la parte baja del mail,
y después la respuesta de ella en la superior.
Oro todos los días por que Maya te
ilumine.
Danton seguía
desarrollando su estilo prístino, más literario que coloquial. Paola por su
parte respondía con el más crudo materialismo:
Mejor regalame un anillo de oro
que me ilumine.
El segundo mail
había sido enviado por Paola el mismo día, en respuesta a una elegante
declaración de Danton:
Responderé a las heridas que me
infieren tus labios como el sándalo responde al hacha que lo hiere: sólo con su
aroma.
¡El muy zorro
copiaba a Buda! Ni aún eso bastaba para conmover a la fría Paola:
De veras sabés hacerte la víctima,
querido. Y bueno, si te va el papel, yo no soy quién para cambiarlo...
Dos días después
llegaba el tercer mail, acusando recibo del mejor hallazgo literario de Danton:
El amor se revelará de pronto en tu
corazón como una rosa escondida se abre en el jardín.
Paola daba una
respuesta seca:
Soy matemática, no literata. Error en
el destinatario.
El cuarto mail venía
de Paraguay, respondía a un mensaje de Danton titulado entidad:
Escuchá ésta Jorge:
Una vez, cuando mi hijo tenía cuatro
años, me dijo:
-Papá, anoche me levanté a tomar jugo
y había un hombre con un carro en la cocina.
Había alarma en la voz del niño, no era un sueño.
-¿Y cómo era ese hombre?
-Estaba hecho todo con puntitos, y el
carro también.
-Pero estamos en un séptimo piso, y
en la cocina no entra un carro con un caballo.
-No sé cómo pudo entrar.
-¿Te dijo algo?
-Sí, me mandó volver a la cama.
-¿Y vos le hiciste caso?
-Sí.
-¿Y no pasó más nada?
-No, me volví a dormir.
Lo más notable en este diálogo con mi hijo era el tono de su voz: había
un reproche escondido, como diciéndome “¿porqué dejaste entrar un extraño en
nuestra casa?” Han transcurrido diez años desde entonces, nunca volvió a
hablarme con ese tono... pero esa noche pasó algo raro.
La respuesta de
Queder era analítica, se lo notaba acostumbrado a tratar estos temas:
Mirá che’rá: Las entidades
paranormales generan un tiempo y espacio propio, no se les pueden aplicar los
parámetros lógicos.
El pibe puede haber iniciado un
viaje astral, y esa entidad apareció para devolverlo a su cuerpo, todo mientras
vos lo creías seguro en su cama. Pero como dicen ustedes los argentinos “a
Seguro lo llevaron preso”. Saludos, Jorge
Guardé los cuatro
mail en el diskette que traía, y salí del cyber rumbo a casa. Danton no me
había decepcionado, sus mail mantenían la calidad literaria vislumbrada por mí
la primer vez, era una mezcla perfecta de
amante y místico. En cambio Paola no tenía sensibilidad, era un zoquete.
¡Danton desperdiciaba su talento!
Pero aquí estaba yo
para apreciarlo... nada se pierde, todo se transforma, me dije. Y yo pensaba
utilizar los mensajes de Danton y Paola para componer un libro, una novela de
amor no correspondido, para la cual incluso ya tenía pensado el título: Pena
de amores.
No sentía escrúpulos
por usar textos ajenos, al fin y al cabo Shakespeare se había inspirado para
componer Romeo y Julieta en la crónica de dos amantes que se suicidaron en
Verona, si mal no recuerdo, en el siglo XIV. ¿Porqué no había de hacer una obra
de arte yo con el desencuentro amoroso de Danton y Paola? Con esta idea en mente
llegué a casa, y me puse a esbozar un comienzo para la novela. Mi esposa husmeó
algo, y enseguida se vino al estudio.
-¿No era que no ibas a escribir más?
-Dejame, tengo una idea.
-Hoy tenías que buscar empleo, quedamos en eso.
-No me molestes, estoy ocupado.
-¡Oh, no! Moriremos de hambre.
-Shhh.
Mutis por la
izquierda para Crystal (la llamo así para hacer juego con mi seudónimo inglés).
Era inútil interrumpirme en tales circunstancias, ella lo sabía muy bien.
Trabajé hasta altas horas, y al ir a acostarme ya tenía terminado el primer
capítulo de mi novela epistolar, Pena de amores.
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