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Durante las semanas siguientes al incidente recibí algunas cédulas
judiciales que no dejaron de incordiarme. Contraté un estudio de abogados
–Vidal & Vidal- y me desentendí firmándoles un poder general judicial. No
quería interrumpir mi tarea literaria a dúo, cada vez afinábamos mejor nuestros
violines Danton y yo. Mi cofrade seguía escribiéndole a Leonardo, pero éste se
limitaba a devolver los mensajes al remitente sin comentario alguno. Quizá
pretendía forzar la autocrítica de su paciente. En todo caso, Danton siguió
escribiendo, a pesar del silencio profesional de Leonardo.
Su tono se hizo equívoco, inquietante; relataba una historia desquiciada
imposible de creer, pero asimismo imposible de no leer. Llevaba por título
general La historia del placard, y cada mail iba numerado, como
capítulos de una novela por entregas, lo cual facilitaba mucho mi propio
trabajo de adaptar el texto a un libro. La historia del placard I
contaba lo siguiente:
Hoy me
llamaron a dirección. Estaba nervioso, porque el doctor Gancedo y los
enfermeros Coria y Larrea – mis cómplices en el asunto de la loca- fueron
despedidos. Frente a mí estaba la nueva directora del sanatorio, doctora
Genoveva Indarte. Es una mujer cuarentona de rostro severo, con unas piernas
hermosas. Me miró fijo por un rato, haciéndome sentir incómodo. Por fin me
soltó: “yo sé lo que hicieron ustedes”. No respondí. Fijé la mirada en el
suelo, como un niño sorprendido en falta. Ella continuó hablándome con
desprecio: “Tres animales violando a una criatura. ¿No les da vergüenza?”
“Isabel no es una criatura, tiene veinticinco años”, me animé a responder.
La
directora se puso de pie y me midió de arriba a abajo, antes de sacudirme una cachetada
tan violenta que me hizo perder pie por algunos segundos. “¡Animal! ¡todavía te
atrevés a contestarme!” Volvió al escritorio y tomó el teléfono. Enseguida
acudieron dos enfermeros a inyectarme un tranquilizante, y ya no recuerdo más
nada...
Ahora vivo en un lugar estrecho y oscuro, es un placard lleno de ropa femenina:
trajes, faldas, pantalones... me encuentro de pie, con los tobillos maniatados
por unos grilletes de acero fijos en la pared.
Tengo frío, estoy desnudo. No puedo ponerme encima la ropa del placard, porque
mi ama me castiga. La puerta permanece cerrada con llave por fuera. Paso las
horas tiritando, sin nada para comer, esperando a Genoveva. Esta mañana apenas
abrió un segundo, retiró un vestido y cerró sin siquiera mirarme. Pero a la
noche se portó mejor... abrió el placard y me dejó mirarla mientras se
desvestía. Tiene un cuerpo fabuloso, esbelto y firme, con mucho culo. Quedó en
tanga, entonces se vino para el placard taconeando, segura de sí misma. Invadió
mi espacio y tomando mis manos temblorosas, se amasó con ellas las
nalgas. Después me echó los brazos al cuello y clavó por unos segundos en mí
una mirada soñadora antes de besarme con descaro en la boca. Gemía de placer.
Mi miembro lo tenía atrapado entre sus muslos, y mi cuerpo entero inmovilizado
en ese estrecho espacio. A veces me arrancaba gemidos de amor rendido, entonces
su goce tocaba el cielo, al sentirse deseada por su prisionero.
Estuvimos largo rato así prendidos en ese nicho oscuro... su lengua violaba la
castidad de mi boca extrayendo la miel del goce. En cuanto a mí, sentía por
completo anuladas mis facultades, era sólo un caballo que deseaba llevarla al
orgasmo. Inmóvil pero corriendo hacia el éxtasis de ella, que ya llegaba con
gemidos, con gritos, con puños crispados sobre mechones de mi pelo... permanecí
de pie, sosteniendo su cuerpo vibrante, hasta que lo sentí relajarse.
Ella salió del placard y cerró con llave tras de sí, para no enternecerse con
charlas de alcoba. Yo soy una prenda más en su guardarropa, algo que se usa y
se arrumba en un rincón hasta otra ocasión. Ahora estoy de nuevo en el limbo
del olvido...
Encontré papel y un bolígrafo en el bolsillo interior de su traje y escribí esta nota. La pasaré bajo la ranura de la puerta, por si la mucama la encuentra. En tal caso, apiádese de mí, copie el texto y envíelo por este mail: <danton @ hotmail.com> (clave de ingreso: obsesino) a mi psiquiatra, cuya dirección es < leonardof6@yahoo.es>
Encontré papel y un bolígrafo en el bolsillo interior de su traje y escribí esta nota. La pasaré bajo la ranura de la puerta, por si la mucama la encuentra. En tal caso, apiádese de mí, copie el texto y envíelo por este mail: <danton @ hotmail.com> (clave de ingreso: obsesino) a mi psiquiatra, cuya dirección es < leonardof6@yahoo.es>
Ahora no tenía dudas
de que Danton era un mitómano; no podían pasarle tantas cosas raras a una misma
persona. Hacía bien Leonardo en devolver sus mail sin respuesta, su actitud era
digna, y al mismo tiempo, la única posible para con un loco de atar. Bueno,
pensé con ironía, si no bromeaba, Danton se encontraba precisamente atado en estos
momentos...
Mi actitud era
egoísta, como se ve. El hombre podía estar en apuros, y a mí sólo me importaba
que siguiera proveyéndome buenas historias. A fin de cuentas, la cautividad
referida por él en el placard era dura, pero tenía sus compensaciones...
Los mail se hicieron
espaciados, como si Danton no tuviese acceso a la computadora del sanatorio. A
menos, claro, que fuese una treta para hacer verosímil su secuestro... como a
la semana llegó un nuevo mail devuelto por Leonardo, titulado La historia
del placard II:
Ayer entró de nuevo Genoveva en mi espacio después de varios días de
indiferencia, mirándome como si fuese un vestido o una percha. No estaba
desnuda, no. Siempre viene a mí con la misma ropa: una tanga negra que le
descubre el culo y tacones altos. Me apoyó las ancas sobre el vientre y empezó
a contonearse en un baile hawaiano, con los brazos en alto.
Tuve una erección tremenda, de esas que se sienten desde la base del
pene. Al notarla ella empezó a empujar en reversa, hasta forzar la penetración.
Parecíamos metidos en un colectivo lleno de gente, ella tomada del caño
superior donde cuelgan las perchas como si fuese un pasamanos, y sin ceder su
presión sobre mí. Haga de cuenta que fuimos del centro a Temperley, una buena
hora de viaje. Yo me contuve cuanto pude, pero ella no cedía en su empeño, y al
final me hizo eyacular copiosamente contra mi voluntad.
Ahora estoy muy débil, temiendo su próximo asalto en cualquier momento.
Por fortuna mi corazón es fuerte, de otro modo ya hubiese sufrido un infarto...
A estas alturas, yo no sabía si compadecerme
de Danton o envidiarlo. Para nada se aburría en el asilo, su vida erótica era
bien complicada. Muy bien Adrian, me dije, aquí tienes material para tu nuevo
libro: La historia del placard no tiene desperdicio desde el punto de
vista literario. Resultaría fácil plasmar el carácter de la directora en un
personaje femenino fuerte, estilo Hollywood. El resto lo haría mi oficio
literario...
Entretanto, espiaba los mensajes de Danton,
muerto de curiosidad por saber la continuación de su aventura. ¿Sobreviviría al
castigo impuesto por esa extraordinaria mujer?
Ojo por ojo, violación por violación...
Genoveva aplicaba la ley del Talión, eso estaba claro. Pero ¿sabría detenerse a
tiempo? En caso contrario, la pena sobrepasaría al delito... tras dos semanas
sin novedad, por fin llegó La historia del placard III:
Genoveva le tomó el gustito a violarme en reversa. Ahora viene cada
noche, sin falta. Mi corazón late fuerte al verla avanzar hacia mí, mis ojos
suplican la libertad, pero mi pene, el maldito, se levanta en rebeldía, sólo
para que ella se aplique a domarlo entre sus nalgas.
De pie, pasivo como un pelele, soporto estoicamente sus culazos sin
protestar. Envalentonada, aprisiona mi cabeza bajo su brazo en una llave de
judo y chupa mi oreja, mientras su culo me mantiene firmemente pegado a la
pared. Yo no tengo fuerzas para pelear, y acepto este tratamiento con
mansedumbre. A veces lanzo un bufido involuntario cuando me aprieta mucho, mas
sin oponer resistencia. Ella goza lo indecible con el quiebre de mi voluntad,
suspira, gime y experimenta un orgasmo tras otro sin aflojar su presión sobre
mi.
Si esta es una competencia erótica, voy perdiendo por mucho. Ya no puedo
eyacular, mi amor impotente sucumbe entre sus piernas con un espasmo doloroso.
Si al menos pudiese morir con el último impulso, no me pesarían estas cadenas.
Pero sigo vivo...
Genoveva estaba desatada, su lujuria no
tenía freno. Pobre Danton, me dije, pronto serás inri. No está tu carcelera
para sopesar delitos y penas con ánimo frío, ella bailará sobre tu cadáver la
danza de Kali. ¿Cómo impedir el destino inexorable? Daba vueltas al asunto sin
decidir un curso de acción, entretanto los días pasaban y mi nerviosismo iba en
aumento. No mencionaba a Danton en mis diálogos con Crystal, pretendiéndome
ajeno a sus problemas. Fue con marcado temblor en los dedos que abrí un nuevo
mensaje devuelto por Leonardo, titulado ¡Socorro!
Doc, no sé cómo decirle esto. Yo estaba presente ayer cuando usted hizo
el amor con Genoveva. Me había amordazado, de modo que no pude pedirle ayuda.
Desde mi escondite la oí gemir de placer, pero a usted no se lo oía en
absoluto. Tal vez tenía la lengua ocupada... después que ella acabó dando
gritos como una posesa, usted dijo muchas estupideces: “Genoveva, sos una
persona muy sensible”... “tenés un gran corazón”... “¡qué nivel de mujer!”... y
otras lindezas. Como ve, yo estaba ahí. Raquítico. Con grilletes en los
tobillos. Y usted ni quiso mirar el placard, porque no creyó mi historia. O
porque Genoveva lo tiene embobado.
Haga algo pronto, o su mujer sensible me va a asesinar. Me tiene en su
placard desde hace un mes, apenas con un vaso de agua al día. Cada noche abusa
de mí, no sé cómo tengo erecciones todavía. Un esqueleto con miembro... cuando
deje de parárseme, no le serviré más de diversión. Entonces me hará morir de
sed, estoy seguro.
Libéreme doctor, o el crimen pesará sobre su conciencia...
Por varios días no hubo mensajes, y temí lo
peor. Una semana y media después del último, sin embargo, Leonardo enviaba un
mail tranquilizador.
Hice la denuncia contra Genoveva en el ministerio. Van a abrir un
sumario. A usted no se atreverá a tocarlo, porque un empeoramiento en su estado
de salud agravaría el delito. Descanse y tome mucho líquido, coma despacio. El
viernes pasaré a verlo.
Aparentemente, Danton había capeado el
temporal. Liberado de su cautiverio por Leonardo, se reponía con una dieta
adecuada. Sentí un gran alivio, pues a la distancia me sentía su amigo. Ahora
podría utilizar la extraña historia del placard para componer una obra
literaria, sin sentir escrúpulos por la muerte de su autor intelectual. Empecé
a pensar un título para mi libro, me encanta crear títulos, buscar la expresión
justa, memorable... y no me falló el talento tampoco esta vez. Mi nueva novela
llevaría un título de antología: Hermosa... sin atenuantes.
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