8


   Durante las semanas siguientes al incidente recibí algunas cédulas judiciales que no dejaron de incordiarme. Contraté un estudio de abogados –Vidal & Vidal- y me desentendí firmándoles un poder general judicial. No quería interrumpir mi tarea literaria a dúo, cada vez afinábamos mejor nuestros violines Danton y yo. Mi cofrade seguía escribiéndole a Leonardo, pero éste se limitaba a devolver los mensajes al remitente sin comentario alguno. Quizá pretendía forzar la autocrítica de su paciente. En todo caso, Danton siguió escribiendo, a pesar del silencio profesional de Leonardo.
   Su tono se hizo equívoco, inquietante; relataba una historia desquiciada imposible de creer, pero asimismo imposible de no leer. Llevaba por título general La historia del placard, y cada mail iba numerado, como capítulos de una novela por entregas, lo cual facilitaba mucho mi propio trabajo de adaptar el texto a un libro. La historia del placard I contaba lo siguiente:

Hoy me llamaron a dirección. Estaba nervioso, porque el doctor Gancedo y los enfermeros Coria y Larrea – mis cómplices en el asunto de la loca- fueron despedidos. Frente a mí estaba la nueva directora del sanatorio, doctora Genoveva Indarte. Es una mujer cuarentona de rostro severo, con unas piernas hermosas. Me miró fijo por un rato, haciéndome sentir incómodo. Por fin me soltó: “yo sé lo que hicieron ustedes”. No respondí. Fijé la mirada en el suelo, como un niño sorprendido en falta. Ella continuó hablándome con desprecio: “Tres animales violando a una criatura. ¿No les da vergüenza?” “Isabel no es una criatura, tiene veinticinco años”, me animé a responder.
La directora se puso de pie y me midió de arriba a abajo, antes de sacudirme una cachetada tan violenta que me hizo perder pie por algunos segundos. “¡Animal! ¡todavía te atrevés a contestarme!” Volvió al escritorio y tomó el teléfono. Enseguida acudieron dos enfermeros a inyectarme un tranquilizante, y ya no recuerdo más nada...
   Ahora vivo en un lugar estrecho y oscuro, es un placard lleno de ropa femenina: trajes, faldas, pantalones... me encuentro de pie, con los tobillos maniatados por unos grilletes de acero fijos en la pared.
   Tengo frío, estoy desnudo. No puedo ponerme encima la ropa del placard, porque mi ama me castiga. La puerta permanece cerrada con llave por fuera. Paso las horas tiritando, sin nada para comer, esperando a Genoveva. Esta mañana apenas abrió un segundo, retiró un vestido y cerró sin siquiera mirarme. Pero a la noche se portó mejor... abrió el placard y me dejó mirarla mientras se desvestía. Tiene un cuerpo fabuloso, esbelto y firme, con mucho culo. Quedó en tanga, entonces se vino para el placard taconeando, segura de sí misma. Invadió mi espacio y tomando mis manos temblorosas, se amasó con ellas las  nalgas. Después me echó los brazos al cuello y clavó por unos segundos en mí una mirada soñadora antes de besarme con descaro en la boca. Gemía de placer. Mi miembro lo tenía atrapado entre sus muslos, y mi cuerpo entero inmovilizado en ese estrecho espacio. A veces me arrancaba gemidos de amor rendido, entonces su goce tocaba el cielo, al sentirse deseada por su prisionero. 
   Estuvimos largo rato así prendidos en ese nicho oscuro... su lengua violaba la castidad de mi boca extrayendo la miel del goce. En cuanto a mí, sentía por completo anuladas mis facultades, era sólo un caballo que deseaba llevarla al orgasmo. Inmóvil pero corriendo hacia el éxtasis de ella, que ya llegaba con gemidos, con gritos, con puños crispados sobre mechones de mi pelo... permanecí de pie, sosteniendo su cuerpo vibrante, hasta que lo sentí relajarse.
   Ella salió del placard y cerró con llave tras de sí, para no enternecerse con charlas de alcoba. Yo soy una prenda más en su guardarropa, algo que se usa y se arrumba en un rincón hasta otra ocasión. Ahora estoy de nuevo en el limbo del olvido...
   Encontré papel y un bolígrafo en el bolsillo interior de su traje y escribí esta nota. La pasaré bajo la ranura de la puerta, por si la mucama la encuentra. En tal caso, apiádese de mí, copie el texto y envíelo por este mail: <danton @ hotmail.com> (clave de ingreso: obsesino) a mi psiquiatra, cuya dirección es < leonardof6@yahoo.es>

   Ahora no tenía dudas de que Danton era un mitómano; no podían pasarle tantas cosas raras a una misma persona. Hacía bien Leonardo en devolver sus mail sin respuesta, su actitud era digna, y al mismo tiempo, la única posible para con un loco de atar. Bueno, pensé con ironía, si no bromeaba, Danton se encontraba precisamente atado en estos momentos...
   Mi actitud era egoísta, como se ve. El hombre podía estar en apuros, y a mí sólo me importaba que siguiera proveyéndome buenas historias. A fin de cuentas, la cautividad referida por él en el placard era dura, pero tenía sus compensaciones...
   Los mail se hicieron espaciados, como si Danton no tuviese acceso a la computadora del sanatorio. A menos, claro, que fuese una treta para hacer verosímil su secuestro... como a la semana llegó un nuevo mail devuelto por Leonardo, titulado La historia del placard II:

   Ayer entró de nuevo Genoveva en mi espacio después de varios días de indiferencia, mirándome como si fuese un vestido o una percha. No estaba desnuda, no. Siempre viene a mí con la misma ropa: una tanga negra que le descubre el culo y tacones altos. Me apoyó las ancas sobre el vientre y empezó a contonearse en un baile hawaiano, con los brazos en alto.
  Tuve una erección tremenda, de esas que se sienten desde la base del pene. Al notarla ella empezó a empujar en reversa, hasta forzar la penetración. Parecíamos metidos en un colectivo lleno de gente, ella tomada del caño superior donde cuelgan las perchas como si fuese un pasamanos, y sin ceder su presión sobre mí. Haga de cuenta que fuimos del centro a Temperley, una buena hora de viaje. Yo me contuve cuanto pude, pero ella no cedía en su empeño, y al final me hizo eyacular copiosamente contra mi voluntad.
   Ahora estoy muy débil, temiendo su próximo asalto en cualquier momento. Por fortuna mi corazón es fuerte, de otro modo ya hubiese sufrido  un infarto...

   A estas alturas, yo no sabía si compadecerme de Danton o envidiarlo. Para nada se aburría en el asilo, su vida erótica era bien complicada. Muy bien Adrian, me dije, aquí tienes material para tu nuevo libro: La historia del placard no tiene desperdicio desde el punto de vista literario. Resultaría fácil plasmar el carácter de la directora en un personaje femenino fuerte, estilo Hollywood. El resto lo haría mi oficio literario...
   Entretanto, espiaba los mensajes de Danton, muerto de curiosidad por saber la continuación de su aventura. ¿Sobreviviría al castigo impuesto por esa extraordinaria mujer?
   Ojo por ojo, violación por violación... Genoveva aplicaba la ley del Talión, eso estaba claro. Pero ¿sabría detenerse a tiempo? En caso contrario, la pena sobrepasaría al delito... tras dos semanas sin novedad, por fin llegó La historia del placard III:

   Genoveva le tomó el gustito a violarme en reversa. Ahora viene cada noche, sin falta. Mi corazón late fuerte al verla avanzar hacia mí, mis ojos suplican la libertad, pero mi pene, el maldito, se levanta en rebeldía, sólo para que ella se aplique a domarlo entre sus nalgas.
   De pie, pasivo como un pelele, soporto estoicamente sus culazos sin protestar. Envalentonada, aprisiona mi cabeza bajo su brazo en una llave de judo y chupa mi oreja, mientras su culo me mantiene firmemente pegado a la pared. Yo no tengo fuerzas para pelear, y acepto este tratamiento con mansedumbre. A veces lanzo un bufido involuntario cuando me aprieta mucho, mas sin oponer resistencia. Ella goza lo indecible con el quiebre de mi voluntad, suspira, gime y experimenta un orgasmo tras otro sin aflojar su presión sobre mi.
   Si esta es una competencia erótica, voy perdiendo por mucho. Ya no puedo eyacular, mi amor impotente sucumbe entre sus piernas con un espasmo doloroso. Si al menos pudiese morir con el último impulso, no me pesarían estas cadenas. Pero sigo vivo...
  
   Genoveva estaba desatada, su lujuria no tenía freno. Pobre Danton, me dije, pronto serás inri. No está tu carcelera para sopesar delitos y penas con ánimo frío, ella bailará sobre tu cadáver la danza de Kali. ¿Cómo impedir el destino inexorable? Daba vueltas al asunto sin decidir un curso de acción, entretanto los días pasaban y mi nerviosismo iba en aumento. No mencionaba a Danton en mis diálogos con Crystal, pretendiéndome ajeno a sus problemas. Fue con marcado temblor en los dedos que abrí un nuevo mensaje devuelto por Leonardo, titulado ¡Socorro!


   Doc, no sé cómo decirle esto. Yo estaba presente ayer cuando usted hizo el amor con Genoveva. Me había amordazado, de modo que no pude pedirle ayuda. Desde mi escondite la oí gemir de placer, pero a usted no se lo oía en absoluto. Tal vez tenía la lengua ocupada... después que ella acabó dando gritos como una posesa, usted dijo muchas estupideces: “Genoveva, sos una persona muy sensible”... “tenés un gran corazón”... “¡qué nivel de mujer!”... y otras lindezas. Como ve, yo estaba ahí. Raquítico. Con grilletes en los tobillos. Y usted ni quiso mirar el placard, porque no creyó mi historia. O porque Genoveva lo tiene embobado.
   Haga algo pronto, o su mujer sensible me va a asesinar. Me tiene en su placard desde hace un mes, apenas con un vaso de agua al día. Cada noche abusa de mí, no sé cómo tengo erecciones todavía. Un esqueleto con miembro... cuando deje de parárseme, no le serviré más de diversión. Entonces me hará morir de sed, estoy seguro.
   Libéreme doctor, o el crimen pesará sobre su conciencia...

   Por varios días no hubo mensajes, y temí lo peor. Una semana y media después del último, sin embargo, Leonardo enviaba un mail tranquilizador.

   Hice la denuncia contra Genoveva en el ministerio. Van a abrir un sumario. A usted no se atreverá a tocarlo, porque un empeoramiento en su estado de salud agravaría el delito. Descanse y tome mucho líquido, coma despacio. El viernes pasaré a verlo.


   Aparentemente, Danton había capeado el temporal. Liberado de su cautiverio por Leonardo, se reponía con una dieta adecuada. Sentí un gran alivio, pues a la distancia me sentía su amigo. Ahora podría utilizar la extraña historia del placard para componer una obra literaria, sin sentir escrúpulos por la muerte de su autor intelectual. Empecé a pensar un título para mi libro, me encanta crear títulos, buscar la expresión justa, memorable... y no me falló el talento tampoco esta vez. Mi nueva novela llevaría un título de antología: Hermosa... sin atenuantes.

Comentarios

Entradas populares