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   Estoy a favor de la desigualdad económica que obliga a los pobres a prostituirse. Si hubiese prosperidad general estaríamos fregados, las putas serían señoras fieles a sus maridos, llevando a sus hijos al colegio en vehículos caros, no habría forma de hacerles bajar la bombacha.
   La necesidad las hace prostituirse, elimine usted la necesidad y se acaban las putas. No es que sirvan de mucho, porque carecen de imaginación para hacer el amor. La verdadera sensualidad en ellas está ausente, no saben (como la pecadora de Baudelaire) “perder en el fondo de un lecho la conciencia”. Van derecho a la mamada como robots, algunas incluso se quieren salir en medio del vaivén, y hay que meterles un manotazo para mantenerlas quietas hasta acabar. Créame, no hablo de oídas, como el pajero de Gabo, yo me las tiré por docenas.
   Pero en fin, si no dan verdadero placer, al menos proporcionan un desahogo cuando a uno lo aprieta el instinto. Entre las putas y nada, las putas. Ese es mi lema, sobre todo desde que mi esposa me abandonó, alegando locura...

   Danton había pasado de la depresión al cinismo, revelando facetas desconocidas en su carácter. Por lo visto, el encierro lo exasperaba, y poco podía hacer su doctor, excepto ofrecer respuestas suaves como quien receta calmantes:

Mi estimado:
                     ¿No será que usted no sabe gozar en tales circunstancias, quiero decir, haciendo el amor en un burdel? Tal vez se pone nervioso, no se relaja lo suficiente para sentir placer, es natural que la experiencia resulte disfórica. Sin embargo, otros pueden vivirlo de manera diferente. Suyo,  
                                                                                   Leonardo

  La retórica bonachona no convencía a Danton:

   Nunca entraste a un puterío, sólo así se explica que hagas una pregunta tan pendeja. El problema no es la actitud de uno, el problema es la actitud de la puta. Si a mí me abraza y me besa, ya puedo olvidarme dónde estoy, el peligro de ser atracado incluso me excitaría. Pero las putas no besan. ¿Ninguno de los sabios escritores que trataron el tema se lo ha dicho? Hay una convención internacional que prohíbe el beso a las putas, se respeta más que las resoluciones de la ONU.
   Sólo recuerdo tres excepciones, dos de ellas vinieron a casa, ahí sí se entregaron sin reticencias, porque estaban en terreno enemigo, y se esmeraron en complacerme. La última fue una brasileña que me lo dio gratis en la playa de Copacabana. Fue la única mujer en un mundo de autómatas sexuales, ella se portó como una amante, no como una puta. Le habré gustado...


   Leonardo respondía con frialdad profesional:

Suba al doble la dosis de Valium.

   Yo estaba perplejo con el giro de 180º en la actitud de Danton respecto a las mujeres. ¿Dónde había quedado el amante cortés, con destellos de poeta oriental? Desvanecido, me dije, esfumado por completo...
  ¡Acabado el negocio! ¿A quién copiar ahora? Un escritor no puede andar por ahí buscando mail de gente enamorada, por si alguno resulta tener estilo. Aparte de eso, debo confesar que Danton seguía atrayéndome, entre él y yo existía una resonancia secreta. Sólo así puedo explicar que nuestros destinos se cruzaran justo cuando yo más lo necesitaba. De modo que seguí espiando su mail, esperando con ansiedad cada nuevo mensaje. Me había transformado en adicto a esa vida ajena, deseaba conocer sus recovecos íntimos. Los siguientes mensajes intercambiados con Leonardo se ponían escabrosos:

   Hoy entró al asilo una loca sumamente atractiva. Tiene las piernas de un tostado perfecto, debe pasar varias horas por día tomando sol. Apenas la vieron los enfermeros y el médico, se desvivieron por atenderla. Ella se sentó en medio del parque mostrando el culo bajo una falda corta, sin prestarles atención. Confieso que se me puso el palo de sólo mirar la escena. Tres machos enloquecidos por una hembra casquivana, provocándolos más allá del límite.
   El médico, un residente jovencito, no pudo contenerse y le acarició la nalga. Por respuesta recibió un cachete en la mejilla, rápido como un latigazo. En otro entorno, el asaltante se hubiese retirado, humillado, pero en un asilo de alienados las normas sociales no rigen. En complicidad con los enfermeros la sujetó y, tras quitarle el vestido, le puso un chaleco de fuerza. Las nalgas quedaron al aire, espléndidas, enfundadas en una minúscula tanga negra.
   Los enfermeros la llevaron hacia un pabellón vacío, para satisfacer en ella sus bajos deseos. Yo me fui detrás de ellos, llegué justo cuando el médico iba a cerrar la puerta del pabellón. “Me dejan entrar o cuento todo a la administración”, dije. Un gesto bastó para cerrar el trato: quedé de campana mientras ellos violaban a la loca. Después de una hora me dejaron entrar para cobrar mi premio: la loca estaba de pie, abrazada al poste de un farol, en medio del pabellón.
    Le habían pasado los brazos enfundados en el chaleco de fuerza por sobre el farol, izándola en hombros. Ahora permanecía enlazada al poste, con su culo a mi merced. Entré en ella con brío salvaje, animado por el aullido de los enfermeros; de pronto estaba en el Paraíso, sin preverlo. El éxtasis de mis sentidos fue tan agudo que deseé morir al instante. ¿Para qué vivir después del momento perfecto?
   Pero aquí estoy, doctor, de nuevo sumido en el sopor de los calmantes.

   Alarmado, Leonardo proyectaba tomar cartas en el asunto: 

Si creen que pueden violar inocentes impunemente en ese antro, se equivocan. Iré personalmente a comprobar cuanto me ha dicho. Si es cierto, tendrán su castigo, no lo dude.

   Danton había contestado el mismo día:

Cuidado, doctor, no se vaya a perder usted en algún pabellón. Aquí ha desaparecido más de un curioso... lo de recién fue un cuento ¿quién lo va a creer? Examine usted los ingresos recientes, no encontrará ninguno correspondiente a una mujer joven en el último mes. Quédese tranquilo y no crea a pies juntillas las fantasías de un desequilibrado... lo inventé para divertirme.

   Leonardo expresaba desconfianza hacia su paciente:

No pude sacar nada en limpio de mi visita a la colonia. Pero la actitud del médico residente y los enfermeros no me gustó... más vale que todo sea un cuento, si no, lo pagará.

      Fuese amable y cortés con las damas, o desconsiderado y brutal, la vida de Danton era una aventura, de eso no cabía duda. ¿Y si utilizara esos nuevos mail para componer otra novela? Las feministas pondrían el grito en el cielo, pero eso era lo de menos. Sería una buena excusa para romper de una vez con ellas, ya estaba harto de mi papel chichipío. El problema era la editorial. ¿Se animarían con esto?
   Decidí tirarme a la pileta sin saber si había agua. Veamos... Violaciones en azul. Se me ocurrió al leer que el Viagra puede producir alteraciones en la visión, virando el espectro al azul. Mi protagonista sería un viejo afectado de priapismo a causa del medicamento, que persigue muchachas azules para obtener alivio a su erección permanente.
    ¿Edad? 90 años. ¿Nombre y apellido? Emilio de Ángelis. Inmune al código penal en razón de su ancianidad, don Emilio era encerrado en un asilo para alienados, desde donde contaba por mail sus experiencias pasadas y presentes a su psiquiatra, llamado Leonardo.
   Tal el esquema de mi nueva novela. Había sin embargo un crimen... la doctora Lorena Kovacs, una atractiva residente que rondaba los pabellones exhibiendo las piernas bajo un breve guardapolvos, desaparecía de pronto sin dejar rastros. Don Emilio describía su “violación en azul”, aunque tal vez fuesen sólo fantasías de un sexópata... El psiquiatra tomaba cartas en el asunto, interrogaba a los internos del asilo uno por uno sin poder quebrar su pacto de silencio.
   Por fin, al fondo del parque descubría un pozo ciego, del cual emanaba olor a cadáver... la novela terminaba abruptamente, cuando una avalancha de internos se precipitaba sobre el psiquiatra, enviándolo al fondo del pozo.
   Puse punto final, satisfecho. Al menos, la escritura de esta novela no había resultado una tortura como la anterior. Incluso tenía cierto tinte policial, conforme a mi propio gusto. El único problema sería convencer a Chávez...

-¿Vos estás loco? –me soltó por teléfono apenas hubo leído mi manuscrito; ni siquiera pudo esperar a verme. -Hay una cosa que se llama tendencia, de tan obvia, ni siquiera se menciona en el mundo editorial. Vos la estás contraviniendo en esta novela, te van a crucificar.
-Tranquilo hombre, no pasa nada.
-Mirá Adrian, esta novela podés publicarla en Irán, o en Egipto tal vez. Acá, no.
-Bueno, listo. Nadie te obliga.
-Perdiste un año trabajando en algo que no va, y lo sabías de antemano. Ahora tenemos las manos vacías para la nueva temporada.
-Vos tirás a la basura mi nuevo libro, y te quejás después de tener las manos vacías.
-Eso no es un libro nuevo, es retrógrado, machista...
-Bueno viejo, ha sido un gusto conocerte. Que te garúe finito...
   Corté, ofendido. Por mí, puede meterse la tendencia en... No alcancé a terminar mi pensamiento, cuando sonó el teléfono.
   Era él.
-Oíme, Adrian, pará un poco... no podés echar por la borda nuestra relación profesional...
-Mis novelas ya no te sirven. No hay razón para seguir juntos.
-Yo no dije eso... sos uno de los escritores más fuertes del mercado, aunque tus ventas sean irregulares...
-Yo no trabajo en ningún mercado, no soy verdulero.
-Okey... no te ofendas. ¿Y si retomás el tema de la mujer criolla y su fantasía erótica con el indio?
-Por mí las criollas se pueden ir al cuerno.
-Eh... pará viejo... hoy no se puede hablar con vos.
-Ni hoy, ni mañana. O publican Violaciones en azul o se buscan otro escritor.
-¿Vos sabés cuánto cuesta promocionar un escritor nuevo? Ni hablar.
-Problema tuyo.
-A ver... ¿no podrías cambiar el final? Que la doctora Kovacs se salve, y le meta un rodillazo en los huevos a don Emilio, para castigarlo por su perversión... después, él cae en el pozo ciego.
-¿No querés escribir vos la novela?
-Era una idea... igual esos mail no tienen arreglo. ¿Cómo pudiste cambiar tanto tu estilo?
-La inspiración me lleva donde ella quiere, y yo obedezco.
-Esta vez te llevó al carajo...
   Se hizo un silencio en la línea. Chávez permanecía indeciso, yo esperaba.
-Bueno, voy a hacer algunas consultas con la gente de márketing, a ver qué opinan... si deciden publicar te aviso.
   Ahora sí, es nuestra última charla, pensé. Sin embargo, tres semanas después apareció el fotógrafo de la editorial para actualizar mi foto en la solapa del nuevo libro...

   Planisferio ediciones había decidido arriesgar, antes que dar por perdido el valor agregado de mi seudónimo literario... 




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