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   “Una voz  incivil”, “Machista y pervertido”, “¿De vuelta a la Edad Media?”, “Azul oscuro, casi negro”... he aquí los títulos de algunas críticas a Violaciones en azul. Me los pasó Chávez por mail, sin comentarios. Yo bajé filosóficamente hasta el centro de San Isidro, y arramblé con todas las revistas y suplementos literarios. Entré a casa a hurtadillas, para que no me viese Crystal, y me encerré con llave en el estudio a leer...
“¿En qué estaba pensando la gerencia de Planisferio ediciones cuando publicó la última novela de Adrian Clarence? Y decimos la última, porque evidentemente no habrá otra. Quien firma esta nota (un redactor de Meretriz) ha radicado una denuncia ante la Justicia por apología del crimen, solicitando al mismo tiempo la recogida de la edición. El ataque a la dignidad de la mujer perpetrado por el autor es incalificable.”
   Caramba, se lo tomaron a pecho. No se puede hacer ni un chiste... Abrí el Q magazine:
   “Clarence ha traicionado sus principios. El trovador de Pena de amores se ha quitado la máscara, y debajo aparece un talibán.”
   Tampoco El Malhablado estaba conforme con el texto:
   “Intransigente, inflexible, ignominioso, ilegal, incomprensivo, ignorante, incivil, inicuo, injusto, infausto, impopular, inepto, inclemente, injurioso, impúdico, insólito, increíble...”
   Le faltaron algunos adjetivos pertinentes: ingenioso, imaginativo, inspirado... Bien, me dije, por si fuesen pocos los palos, tengo un problema legal en puerta... en eso sonó el teléfono, con siniestro timbre ominoso. Atendí resignado y no erré el augurio: era Chávez.
-Álo.
-Acaban de llamar de la tele para invitarte a hacer tu descargo en Ni idea.
-¿Cómo es eso? ¿Ahora los periodistas son jueces?
-Es una oportunidad de primera para promocionar el libro.
-No me dan ganas...
-Vas a ir. Yo me jugué por tu libro, ahora vos poné la cara.
   No dejaba de tener razón, yo le debía una.
-Okey, voy.
-Nuestros abogados interpusieron un amparo para evitar la recogida de la edición. No queremos perder la venta de estos días...
   Me pareció captar un tono distinto en su voz, el reproche se había desvanecido. Esa noche concurrí a Ni idea, y dejé despacharse a gusto al conductor acerca de mi “polémica” novela. A todo respondí levantando la bandera de la libre expresión, cuyos colores conoce bien el periodismo. El computador marcó draw por repetición de movidas, y yo me volví a casa con el deber cumplido.
   Opté por desentenderme de todo durante los días siguientes. Me interné con Crystal en un hotel de Panamericana a practicar Tantra, y no asomé por Acassusso sino a la semana, muy debilitado y ojeroso. El contestador automático marcaba siete mensajes nuevos. Pulsé la tecla “reproducir” y me senté a escucharlos:

   “De Aconcagua seguros. Era para ofrecerle un seguro de vida con bóveda incluida en los Jardines de Paz.”

   “Hola ¿Crystal? Soy Hernán. No puedo vivir sin vos. Conectate pronto.”

   Detuve el contestador y miré a Crystal ceñudo. Ella contestó displicente:
-Es un pesado que vio mi perfil de MSN. Chateamos un par de veces...
-¿Dónde consiguió tu teléfono?
-En internet.
   Di por terminado el incidente, y seguí oyendo los mensajes.

   “De la agencia de viajes. Tiene confirmadas dos reservas a Bariloche para el día 16.”

   “Va a pagar cara su traición. Con nosotras no se juega.”

   “Romina Rueda, de Q Magazine. Nos gustaría hacerle una entrevista sobre su nueva novela...”

   “Hola Adrian, soy Josefa de Jesús Leiva. A ver cuándo nos juntamos para hablar de negocios. Te mando un beso.”

   “¡Tigre! Desde el principio confié en tu libro. Llamame cuando puedas.”

   Nos miramos con Crystal en silencio: sólo una cosa podía hacer cambiar de opinión a Chávez –el último mensaje era suyo- acerca de mi libro. Ambos sabíamos de sobra cuál era, pero preferimos no mencionarla hasta no estar seguros. Tomé el auricular y disqué su teléfono:
-¿Sí?
-¿Qué más, viejo?
-¡Adrian! ¡estoy en problemas!
-¿Cuáles problemas?
-¡No sé dónde poner tanta plata!
   Oí una carcajada del otro lado. Estaba realmente contento.
-Ni tiempo tuve de hacerte una liquidación. Venite con una bolsa y llevate algunos fajos...
-¿Será para tanto?
-Y... están imprimiendo tu libro las 24 horas. No dan abasto.
-¿Pero cuánto van a tirar?
-No sé. Vendieron ochenta mil ejemplares la primer semana... no puedo sacar una proyección.
   Se me pusieron los pelos de punta al oír el número. Con razón se acordó de mí Josefa de Jesús... Planisferio ediciones le había comprado los derechos de Pena de Amores. Al fracasar mi segunda novela, se alegró de haberme vendido, pero ahora se arrepentía por dejarme ir... Tarde piaste pollo, me dije, y no le devolví el llamado.
   El batifondo armado alrededor de mi novela no podía sino favorecerme: tanto protestaban las féminas, que yo ni siquiera debía intervenir para avivar la polémica. La primer liquidación de ventas llegó al mes; casi me asusté al leer un número de siete cifras. Más que un flujo de divisas, parecía una bola de nieve. Crystal y yo empezamos a frecuentar los clubes náuticos en plan de compras: proyectábamos adquirir un yate.
   No todo era color de rosa, sin embargo. Cierto día amanecimos sitiados por un verdadero ejército de amazonas que se animaban a sí mismas con bombos y altavoces. Me restregué los ojos para disipar la visión, pero al abrirlos seguían ahí. De inmediato fui en busca de mi catalejo, una reliquia del siglo XIX subastada en Sotheby’s, que perteneció al mismísimo Adolfo Alsina. Estudié detenidamente al enemigo: ¡Doris Missing comandaba sus huestes, altavoz en mano! Tanto se caldearon los ánimos, que empezaron a tirar verduras hacia la casa.
   ¡Se viene la indiada! Exclamé, y fui al play room por una vieja gomera de Gabriel. Enseguida arramblé con cuanta hortaliza había en la heladera, y tomé posición junto a la ventana del estudio. ¡Fuera salvajes! Grité, al tiempo que lanzaba un gomerazo haciendo estallar un tomate en la cara de la gorda pelirrubia. Mi acción enardeció al enemigo; un coro de aullidos pampas subió al cielo, anunciando la invasión de mi propiedad. Doris Missing iba a la cabeza, escoltada por un grupo de flacas rapadas. Atravesaron el seto con determinación y se encaminaron hacia la casa, armadas con palos.
   Comencé a temer por los vidrios de la planta baja, cuando ocurrió algo inesperado: el muro automático se levantó, dejando afuera al grueso del malón mujeril. Gabriel debió accionarlo por control remoto. Al mismo tiempo, dos corpulentos rotweiler cruzaban el parque corriendo hacia las invasoras... no sé si narrar la continuación. Tengo aversión a los perros, y éstos eran realmente malos. Hubo un poco de sangre, algún que otro cuerpo arrastrado juguetonamente por el pasto, nada grave. Doris Missing chillaba aterrorizada, su actitud atrajo la atención de los rotweiler, que empezaron a perseguirla, dejando abandonada su merienda en el parque.
   Doris corrió hacia el fondo de la casa, perdiéndose de vista. Bajé las escaleras y salí a sujetar a los perros para evitar males mayores. Los encontré quietos, olfateando el pozo ciego... me acerqué con cautela hasta el borde, la tierra había cedido engullendo un cantero con flores.
-¿Doris?
   Pasaron unos segundos de incertidumbre y reflexión jurídica.
-¡Socorro!
-Aguantá, voy por ayuda.
   Volví al paso al living, disqué el teléfono de bomberos y me preparé un trago. Diez minutos después se oyeron sirenas e hizo su aparición la fuerza pública en pleno: policía, bomberos y una ambulancia. Sin soltar el trago los acompañé al parque. Dos camilleros retiraron los cuerpos tirados aquí y allá, mientras la policía me tomaba declaración y los bomberos estudiaban la mejor manera de rescatar a Doris.
   Hacia el final de esta épica jornada lograron izarla a la superficie, completamente cubierta de excrementos. Los hice salir por el garaje a fin de no ensuciar la casa y cerré el portón detrás de ellos, cruzando los dedos. Asunto concluido.
 
   A eso de las diez volvió Crystal con las niñas –habían estado fuera todo el día- y nos encontró a Gabriel y a mí cenando unos huevos fritos con arvejas a la manteca.
-¿Qué tal la excursión?
-Bárbara. Las nenas se re-divirtieron.
-Así me gusta.
-¿Y ustedes? ¿se aburrieron solos?
-Para nada.
-La tranquilidad tiene sus encantos.
-Eso digo yo: esta es una casa muy tranquila...





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