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  A la hora convenida me encontraba con Crystal en el aeropuerto, estudiando nerviosamente a los pasajeros del vuelo Varig 621 que iban saliendo. Yo imaginaba un intelectual, un ser esmirriado y pálido, mas quien se acercó a nosotros era un hombre alto y corpulento, eso sí, de anteojos. Hechas las presentaciones, partimos en mi auto hacia La Caballeriza –un restaurante de Puerto Madero- donde agasajé a mi huésped con un asado. Simpatizamos enseguida, y a los postres nuestra confianza había aumentado a tal punto, que parecíamos conocernos de toda la vida. Me dijo el nombre verdadero de Danton, que no transcribiré aquí por discreción. Serían las tres cuando abandonamos el restaurante y pusimos rumbo a Claypole.  
   El viaje nos demoró más de una hora, atravesando la zona industrial del gran Buenos Aires por avenidas y puentes desconocidos para mí. Crystal consultaba la guía Filcar constantemente y me hacía doblar donde menos lo esperaba. A través del parabrisas divisaba un cielo de ceniza ennegrecido por el humo de las fábricas. Yo tenía malos presentimientos, pero me guardé de exteriorizarlos. Empezamos a bordear un larguísimo paredón detrás del cual asomaban algunas palmeras. Sobre una de ellas había un loco trepado, quien nos saludó agitando ambas manos.
   Habíamos llegado a nuestro destino. Al detenerme ante el portón con el BMW, el guardia supuso que éramos del Ministerio de Salud, y enseguida nos cedió el paso. Entramos a marcha lenta y estacioné junto al pabellón principal. No se veía a nadie. La Dirección atendía de 8 a 12 de la mañana, según rezaba el correspondiente cartel. Decidimos buscar a Danton por nuestra cuenta. Nos dirigimos al pabellón más cercano, allí encontramos a varios internos con síndrome de Down librados a su propio cuidado, sin un solo enfermero cerca. Estaban babeados, sucios. Olían mal. Nadie se ocupaba de ellos, evidentemente. La colonia entera lucía un estado de abandono absoluto. 
   Proseguimos nuestra exploración a tientas, no había en todo el lugar una persona coherente a quien preguntar por nuestro amigo. El pabellón siguiente estaba ocupado por un retardado de otra especie, un microcéfalo en silla de ruedas. Sostenía en sus manos un block de dibujo y un lápiz, con el cual se entretenía en hacer garabatos. Revisé algunas hojas, comprobando un desarrollo mental equivalente al de un niño de tres años: monigotes sin cuerpo, con piernas y brazos surgiendo directamente de la cabeza, figurados con trazos simples. Iba a dejar el block cuando descubrí un dibujo completamente distinto, hecho sin duda por otra persona. Este tenía buena línea, y un sombreado artístico que realzaba los volúmenes. Representaba al microcéfalo con su pequeña cabeza aprisionada entre los muslos de una mujer. Una leyenda al pie declaraba: “Las diversiones de G...”. Devolví el block al minusválido, meditando sobre las crueldades a que daba lugar el asilo...
  Entretanto, mis compañeros examinaban horrorizados unas manchas de sangre muy feas en el piso y sobre los barrotes de las camas, restos sin duda de la hecatombe ocurrida una semana atrás. Nos alejamos del lugar sintiendo náusea, pero el aire libre nos devolvió la compostura suficiente para seguir nuestra búsqueda.El tercer pabellón cobijaba internos de aspecto normal, aunque abandonados y sucios. Queder los miró con atención uno por uno, y en cierto momento vi cómo le cambiaba la cara: ¡había reconocido a Danton! No se parecía a mi recuerdo, era un hombre muy consumido y macilento, con barba de varios días. Reaccionó de su sopor al oír la voz del paraguayo, y una luz inteligente brilló en sus ojos:  
-¡Jorge!
   Ambos amigos se abrazaron, y yo intercambié una mirada con Crystal que lo decía todo. ¡Por fin había hecho algo bueno en la vida, aparte de escribir mis estúpidas novelas exitosas! Había reunido a dos amigos. Pronto comprendimos sin embargo que Danton estaba moribundo. Dos heridas largas, infectadas, atravesaban su tórax. A Queder le parecieron tajos de machete. Presentaba además escoriaciones en las muñecas y moretones verdosos en el cuello. Su respiración era un silbido entrecortado, el aire casi no pasaba por sus pulmones. Queder fue por un enfermero, mientras Crystal y yo permanecíamos junto a él. 
-¿Quién le hizo esto?¿quién provocó sus heridas?
   Danton levantó la mano y señaló con su índice a la pared vacía.
-Ése... 
-¿Quién? Ahí no hay nadie.
-Ése que está ahí... es Satanás.
   Pobre hombre, deliraba. Su estado mental se había alterado con el sufrimiento físico, y veía alucinaciones. Crystal lo recostó en su regazo, y pareció tranquilizarse.
-Se fue... ahora se fue.
   Yo me relajé un poco, y paseé la mirada por la habitación. Entonces la vi. Vi esa cara acechando desde una colcha vieja. Era una colcha anaranjada y blanca, con vivos negros. Y esos vivos negros y esas arrugas en la colcha componían por un momento la cara de la Parca, como ningún pintor la pintó.
   Quiera el cielo que no vuelva a ver esa mirada... esa mirada implacable, destilando veneno negro. Que significa nunca más. Danton no se percató de su presencia, descansaba en brazos de Crystal. Yo me puse de pie y removí la colcha con desagrado; la cara desapareció como por arte de magia.

   Al rato llegó Queder con el enfermero –el único de guardia en la colonia- y éste procedió a lavarle las heridas con alcohol. Era una tarea inútil, dado el avanzado estado de la infección, pero nos proporcionaba a todos una sensación de limpieza, más espiritual que física. Queder quiso saber si había armas blancas en la colonia.
-La policía nos ha dado orden de no hablar sobre eso.
   El enfermero terminó el lavaje de las heridas y se dispuso a partir. En ese momento tuve otra visión aciaga. De pie ante nosotros sonrió, y su cara, por un efecto de la luz moribunda, adquirió el aspecto siniestro del Señor de los Muertos azteca, el dios L. Estoy seguro de que ese enfermero –por lo demás, de rostro anodino- nunca antes ni después tuvo esa expresión. Era la Muerte, una vez más, quien imponía fugazmente a las cosas y a las personas su máscara, para señalar al hombre agonizante el fin de sus días. 
 Quedamos solos de nuevo. Danton experimentó una ligera mejoría, no parecía sufrir tanto. Para aliviar su respiración lo habíamos sentado en la cama, pero era incapaz de sostenerse. Queder se sentó detrás suyo, permitiendo a Danton apoyarse en sus espaldas. Crystal y yo estábamos frente a él, tomándolo de las manos. En esta posición estaba protegido por los tres flancos, según reflexioné después. Los demonios que lo sitiaban eran mantenidos a raya por nuestro círculo de amor, y no podían tomar su alma. Hubo un momento de tregua, durante el cual su mirada brilló lúcida, haciéndose cargo de la situación. Luego ocurrió algo difícil de describir. Danton experimentó una conmoción interna, no un dolor, sino algún tipo de conmoción espiritual, a juzgar por su expresión, como si algo exterior lo invadiera. Enseguida levantó la cabeza entrecerrando los párpados, como si lo estuviesen jalando hacia arriba. Recuerdo perfectamente la impresión de que algo salía de él, subiendo hacia lo alto, aunque yo no podía verlo. Esto duró algunos segundos, tras lo cual su rostro perdió toda expresión viva asemejándose al de una momia, y literalmente se hundió como un fardo, muerto.
   Apenas es necesario describir nuestra congoja, pues habíamos llegado a quererle como a un hermano. Dispuse un funeral digno para él, al cual asistió su hijo –notificado por la Dirección del asilo- y nosotros tres. El muchacho se mantuvo silencioso frente a la tumba, como queriendo penetrar el enigma de ese hombre que lo había engendrado y a quien había visto poco en su vida.
  Susurraban las copas de los árboles mecidas por el viento. Yo me vi a orillas del mar, en una playa sin fin; el solo hecho de respirar me parecía un milagro. Pensé: las generaciones olvidadas viven en nosotros, no hay más que un eterno presente. Y allí, frente a mí estaba el hijo de Danton, su tesoro de instinto y de calor vivo sobre la tierra.

   Queder partió de vuelta a Asunción, y cada uno de nosotros retomó sus ocupaciones. Yo debía terminar mi novela, escrita en una sola semana de fiebre literaria. Mi protagonista moría asesinado por una fuerza oscura, la misma que acecha en una cueva escondida de la Patagonia o empuja a quienes se despeñan por el hueco de un ascensor en Buenos Aires. 
   Titulé la obra Materia negra. La entregué al editor como quien cumple un deber, y di por terminada mi dilettancia por los diversos géneros literarios. Decidí volver de una vez y para siempre a mi primer amor: desde ahora me consagraría solamente a tejer tramas policiales.

   Estaba cenando con Crystal en Sorrento. La llama vacilante de las velas transmutaba en rubí el vino de nuestras copas. Ambos callábamos y entrelazábamos las manos, sumidos en el puro éxtasis de nuestro amor. Habíamos visto la muerte de cerca y comprendíamos lo precario de nuestra felicidad. Desde el comienzo de mi aventura literaria ella me había acompañado, sin desertar cuando las cosas iban mal. Se lo debía todo, a ella y a Danton. Pero él ya no estaba aquí para expresarle mi gratitud... Como adivinando mi pensamiento, Crystal rompió el silencio:
-Era un hombre extraño tu amigo Danton... nunca conocí a nadie como él.
-Sus ideas eran únicas. Proyectaban claridad sobre los temas más oscuros.
-Sí... la mayoría de los pensadores se alejan de la superstición por temor a quedar atrapados en el lodo. Pero él no se hundía.
-Cierto. No necesitaba negar los fenómenos imposibles para mantener su claridad de pensamiento. Él los integraba a su visión concibiendo para cada caso una solución simple y luminosa. 
-Parece que al final te convirtió a su credo...
-Yo no sé si acepto todas sus teorías, o algunas... pero lo prefiero mil veces a los pedantes intelectuales que no se animan con esos temas por temor a caer en el ridículo...
   Crystal alzó su copa y propuso un brindis in memoriam:
-Por Danton.
-Por Danton... y sus ideas.
   Chocamos nuestras copas con un suave sonido titilante y bebimos. Crystal estaba bellísima, con sus ojos verdes brillando cual esmeraldas y la sombra poniendo dulzura en su escote.
-Sólo lamento que no hayamos podido ayudarlo...
-¿Cómo?
-Podíamos haberlo sacado de la miseria.
   Yo recordé sus últimos momentos, y cómo lo habíamos salvado de aquellas sombras horribles que lo amenazaban. Su alma había volado a lo alto escapando de ellas...
-No te preocupes... lo ayudamos cuando más lo necesitaba.
   Danton se me había aparecido en sueños, contento y sin angustia. Su pasaje al otro plano de la existencia había sido sereno gracias a nuestra presencia. Salimos del restaurante y caminamos junto al río, bajo la noche estrellada. Tomé a Crystal por la cintura y su boca profunda calmó mi sed de infinito...   

 

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