14
Yo siempre leo las noticias por Internet, no compro diario. Mi mujer me
reprocha no tener nunca uno a mano –los chicos cada tanto deben recortar
noticias para la escuela-, pero yo estoy contento de no ver ese amasijo de
hojas estorbando la mesa ratona. Las noticias impresas se usan para prender el
fuego del asado, mientras les vieux livres, encuadernados y cosidos con primor,
perduran en las bibliotecas. Así, yo evito afear el interior de mi casa con
titulares gritones, y sólo me asomo a lo efímero a través del ordenador, que
permite una pronta eliminación de los residuos espirituales tóxicos.
Esta noticia,
en particular, me llegó con la síntesis informativa de Fibertel: “Monja
asesinada en cotolengo. Buscan a tres gitanos sospechosos del crimen”. Pulsé
sobre la noticia y se abrió un texto breve:
“El cotolengo
Don Orione se vistió de luto ayer. La religiosa María Auxiliadora Vélez
apareció desangrada en su habitación, con heridas cortantes producidas por
armas blancas. Internos afirman haber visto tres hombres de tez oscura rondando
los pabellones, aunque no fueron identificados. Las autoridades del cotolengo
no hicieron declaraciones al periodismo. Sin embargo, pudo saberse que la
directora, Genoveva Indarte, se encuentra suspendida en sus funciones, debido a
lo cual la institución se encuentra actualmente acéfala. Hasta el momento la
policía carece de pistas firmes sobre la identidad de los agresores.”
Es difícil
describir mi impresión al leer esta noticia. Hasta ahora, para mí, Danton era
más abstracto que una nube. De pronto dejaba de ser una entelequia, para
convertirse en un hombre de carne y hueso. Con un paradero cierto: el cotolengo
Don Orione, en Claypole. Con una historia cierta, registrada en un sumario
administrativo por maltrato. Yo había estado haciendo literatura con peripecias
verdaderas, con sufrimientos reales. Me sentí avergonzado. Había hecho dinero a
costa de un pobre diablo. Quizá fuera un genio, pero en este momento no me
impresionaban sus textos, sino su situación concreta de interno en un asilo
para minusválidos y dementes fundado por el religioso Don Orione, ahora santo.
En los días
sucesivos seguí con interés toda noticia referida al asesinato “que ha
estremecido a la opinión pública”, según la expresión hecha de los medios.
Había bastante confusión, tanto afuera como adentro del cotolengo. “Sin pistas
en el crimen de la monja”, titulaba el Patria Times en su página web. Parece
ser, no obstante, que los individuos oscuros habían vuelto a ser vistos por los
internos entrando o saliendo de los pabellones. ¿Cómo es posible, se preguntaba
el periodismo, que los asesinos vuelvan a la escena del crimen burlando la
vigilancia policial? Era insólito. Nadie sabía a ciencia cierta, a esa altura,
si eran gitanos o no.
Danton,
entretanto, guardaba un silencio irritante. Yo deseaba saber de primera mano
las novedades, pero debía conformarme con leer reportes indirectos de los
medios.
“Redoblada
vigilancia en la colonia de salud mental”, era el nuevo titular. Sin embargo,
siguieron ocurriendo cosas raras. Un cable de la agencia Télam mencionaba una
mutilación ocurrida en horas de la noche. Un interno con síndrome de Down había
perdido medio pie, como si le hubiese caído una guillotina sobre el tarso. Los
hombres oscuros se lo habían hecho, eso afirmaba. Otros sufrieron heridas
cortantes en los brazos o el rostro, a consecuencia de agresiones confusas en
la oscuridad.
Al amanecer,
en la colonia reinaba el terror. Nadie había entrado o salido del predio, y los
guardias sospechaban de los internos. Sin embargo, quienes pudieron verles las
caras, afirmaban que los agresores eran perfectos desconocidos.
Empecé a
preocuparme seriamente por Danton. Quería sacarlo de ese agujero, pero había un
problema legal: yo no era pariente suyo. Cualquier solicitud de liberación
firmada por mí sería rechazada. Pedí consejo a Crystal, mas cuando buscábamos
juntos una solución, llegó la respuesta del paraguayo a un mensaje desesperado
de Danton, cuyo texto decía:
Estoy
embromado Jorge, se despertó el Gualicho. Y me está mirando, me mira desde una
colcha vieja... tiempo atrás había desaparecido, pero ahora volvió para
quedarse. No salgo vivo de ésta. Acá llegaron unos tipos raros a la colonia,
están matando gente pero no dejan ver su cara. Se tapan con sombreros o gorras
viejas... prefiero no mirarles los ojos, detrás no hay nada.
Vienen por
mí, estoy seguro. Tenés que encontrar esa cueva, la guarida del Tatú, y
destruirlo. Sólo así puedo librarme...
Queder había respondido:
Aguantá firme che’rá. Voy a intentar llegar a la
cueva para aplacar al espíritu con una ofrenda. No se pueden matar seres de
esta naturaleza, vos lo sabés bien.
Al día siguiente hubo otro intercambio de mensajes teñidos de urgencia.
Danton había escrito brevemente:
Cagalo
a balazos.
La respuesta
de Queder era igualmente breve:
Ojalá
pudiera.
Después, nada
más. Pero los periódicos comenzaron a reportar una serie de oscuras tragedias
en las vías del tren cercanas a la colonia Don Orione. Individuos taimados,
surgidos de la nada, empujaban a la gente al paso del tren para robarles. Dos
casos fatales ocurrieron en la estación Claypole; las víctimas eran pasajeros
que esperaban desprevenidos en el andén. Fueron despojados de sus carteras y
echados a la vía justo cuando pasaba la locomotora. También hubo un confuso
episodio en un paso a nivel cercano, donde un ciclista pereció arrollado.
Yo me pregunté
si no habría algo de cierto en la teoría del virus psíquico sostenida por
Danton... porque estas desgracias en cadena se parecían a una epidemia. No
quería caer en la paranoia, pero era difícil evitar las asociaciones de ideas
sugeridas por los hechos. Y aún faltaba lo peor. Una mañana me desayuné con la
noticia más temida, encabezando la edición digital del Patria Times:
“Masacre en el
cotolengo Don Orione.
“En un hecho sobre el cual pesan muchos interrogantes,
la colonia para minusválidos y deficientes mentales Don Orione fue devastada
ayer por una masacre sin precedentes. Hay ochenta y cinco muertos y más de
cincuenta heridos de diversa gravedad. Asimismo, varias decenas de personas
permanecen desaparecidas. Las hipótesis que se manejan van desde un brote
psicótico colectivo al asesinato y rapto masivo por agentes desconocidos.
Las víctimas
fatales presentan ablaciones de órganos específicos como el hígado, el ojo o el
recto. Llama poderosamente la atención de los investigadores la cauterización
de las heridas y la ausencia de sangre en los cuerpos.
El Jefe de
Policía de la provincia de Buenos Aires ofreció en horas de la tarde una
conferencia de prensa, donde puntualizó algunos hechos en relación con esta
tragedia. Los heridos son en su mayoría deficientes mentales, por lo cual su
testimonio no puede ser tenido en cuenta. Ellos hablan de luces y bastones
flotando en el campo durante la noche; de agujeros que se abren en el aire y se
tragan personas sin dejar rastro de ellas; de trapos negros con garras (sic)
moviéndose en la oscuridad, asfixiando a la gente.
El jefe
policial citó a psicólogos de la institución, quienes señalan la posibilidad de
una histeria colectiva disparada por el asesinato reciente de una religiosa, y
la consiguiente situación de stress a que se vio sometida la colonia entera.
Familiares de los internos se han acercado al cotolengo en busca de noticias
sobre sus seres queridos, pero aún no se ha confeccionado la lista entera de
las víctimas. El gobierno de la provincia ha decretado tres días de luto.”
Permanecí
mudo, inerte. De pronto mi visión del mundo se venía abajo. Las fuerzas oscuras
existen... No. Histeria colectiva, eso es. Stress. Brote psicótico. Nada más. Y
mucha muerte, por toneladas.
Sentí la
necesidad de conjurar tanta locura y me puse a escribir. Toda una semana
compuse febrilmente mi novela, sin detenerme apenas a comer o a dormir. Estaba
poseído, necesitaba dominar los demonios sueltos, encerrarlos en la jaula de
una ficción.
Mi
protagonista, Greg Silverstone, comete sacrilegio al invadir la cueva del
Gualicho sin ofrecerle una prenda personal. Busca fama como antropólogo, pero
no merece la iniciación en los misterios de la tierra. El dios maligno enfurece
y golpea a ciegas, provocando una hecatombe en la universidad de Harvard, donde
estudia Silverstone. Previamente bosquejo la historia de algunos estudiantes
inmolados, para conmover al lector con su tragedia.
Faltaba
definir el destino del propio Silverstone... en este punto suspendí mi tarea,
agotado, pues yo mismo ignoraba si Danton vivía aún. Debo ir a Claypole, me
dije, pero ni siquiera conozco su nombre verdadero, no sé por quién preguntar.
Entonces se me ocurrió una idea...
Comentarios
Publicar un comentario